pude
descubrir
la esencia
de
esa llama desgastada
que se
trasluce
de forma osada
sobre
el borde de la
acequia
como una
esfera
levantada
como un grito en el monte
como un
cuerno en el río
en el
córner de una cancha de tenis.
chillando,
como
una mancha
gris
nube
de covarrubia que
ahí
velaba
por
una ventana del colegio de monjas
la
gema que en uno de tantos
puños
de árboles del cráter volcánico
brilla,
rojiza, como un cetro
nube
de covarrubia que
ahí
velaba
por
su propio cuerpo desierto
comportándose
con un capricho
con
una veleidad que te aterra
con
el ánimo voluble de los aires
y
sino, su inocencia
claramente
te atormenta
con
una contradicción
que
respira esfuerzo
con
una entereza que se resiste
al
frío agudo de las montañas.
ahí
es que su
llama se
deja
ver
arder,
como
por un minuto.
ese minuto
–en el que se te
paraliza
el corazón
y hay
tinieblas que se llevan
todo tipo de certeza.
ahí
es que su llama se
deja ver
arder,
como
por un minuto.
ese
minuto
–en el
que se juntan los rencores en los márgenes
de
las casas de los pueblos;
en las fauces de esa ciénaga
que
se traga a covarrubia,
nube que elevada
en el smog
de
las fábricas del norte
velaba por
los sueños hasta desaparecer ella toda
y
que en un renuncio descompuesto
quedaba
boquiabierta
como
un chico entre los desperdicios aéreos
y
las aves de mar que la miraban pasar,
atolondradas.
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